GALLOS EN EL PARAÍSO
DANZA
Ballet de La Scala de Milán
Coreografías: «Tema y variaciones» (Balanchine / Chaikovski), «The cage» (Robbins / Stravinski) y «La consagración de la primavera» (Béjart / Stravinski). Ballet del Teatro de La Scala de Milán. Director: Frédéric Olivieri. Orquesta Titular del Teatro Real (Orquesta Sinfónica de Madrid). Director: David Garforth. Lugar: Teatro Real, Madrid, 6-IX
JULIO BRAVO
Decir que La Scala de Milán es el más legendario templo operístico del mundo es prácticamente una obviedad. No hay más que repasar su fecunda historia lírica -y la exigencia de su Paraíso, que no perdonaba un gallo a un cantante- para comprobarlo. El ballet y la danza han sido siempre actores secundarios en ella, aunque se hayan escrito páginas brillantísimas (algunas firmadas por bailarines españoles como Antonio Ruiz Soler, Mariemma o Antonio Gades). El Teatro Real, que tampoco se caracteriza por su cuidado de la danza, y mucho menos del ballet, ha abierto una vez más con esta disciplina su temporada (aunque la inauguración oficial, la de campanillas, se reserve para dentro de unas semanas, naturalmente con un título operístico). Y ha sido el Ballet de La Scala de Milán el encargado de hacerlo.
El Ballet de La Scala se encuentra, a la vista del programa presentado en Madrid, muy lejos del nivel que se le supone a una compañía de un teatro como el coliseo milanista -algo que seguro que ha tenido mucho que ver en la buena venta de las entradas-. Mucho camino tiene que recorrer todavía el actual director, Frédéric Olivieri (que tomó el mando del conjunto hace tan sólo tres años), para darle la consistencia y la calidad exigible a una compañía así -que, sin embargo, ha mejorado notablemente con respecto a su situación hace una década-.
Y es una lástima, porque el programa presentado es una auténtica belleza. «Tema y variaciones» es una de las obras maestras de Balanchine. Su final es vibrante y espumoso, pero precisa de bailarines capaces de otorgarle brío y brillantez, algo que no lograron los voluntariosos y aseados milanistas, entre los que sobresalió Marta Romagna, más entonada que sus compañeros. La misma grisura se pudo ver en «The cage», una coreografía de Jerome Robbins apenas conocida en Europa, y en «La consagración de la Primavera», de Béjart, con una atenta pero poco delicada dirección de David Garforth. A pesar de la discreta interpretación (sólo brilló Massimo Murru), volvió a deslumbrar la coreografía, una auténtica obra de arte por la que no pasan los años.
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