bala perdida
Quinta de Beenhakker
Los futbolistas nunca saben que son de nuestra familia, aunque no nos hayamos visto nunca
Trump y el culo
Pippi Calzaslargas
La Quinta del Buitre fue también la Quinta de Beenhakker, según podríamos decir ahora, cuando se ha muerto el entrenador de cuando entonces, a los ochenta y dos años. Estas muertes de quienes hicieron mejores los años ochenta son el diagnóstico de mi propia ... muerte, porque se nos va vaciando el pasado de gentes, con lo que el futuro resulta el 'spot' de un desierto. «Con todo mi camino, a verme solo», escribió César Vallejo. Pues eso mismo me lo esclarece ahora Leo Beenhakker, que sale poeta póstumo, por vía prestada. Fue Emilio Butragueño quien dio acuñación a aquella quinta de futbolistas del Bernabeu, donde se apiñaban Míchel, Sanchís, Martín Vázquez, Pardeza. A Butragueño le veo a menudo en algún picnic del Madrid, y aún le asombra que yo me asombre porque él no sepa que me alegró tantas horas de fútbol de mi juventud airada. Los futbolistas nunca saben que son de nuestra familia, aunque no nos hayamos visto nunca. Les saludamos como a un primo traspapelado, y ellos se dan el susto de soportar el contento del abrazo de un desconocido. Míchel ha ido entrenando equipos diversos, pero fue pionero en ganar partidos por la banda, y llegar al minuto 90 con mejor peinado que al principio. A Pardeza lo amamos, porque sabe de César González Ruano casi tanto como Juan Manuel de Prada. Se extinguió esta estirpe de futbolistas que llegaban al debut en Chamartín después del largo sueño peleado de ir bregando en las divisiones de chavales, porque ahora el fútbol es una algarabía de razas y tatuajes, y fichamos de aquí y de allá, para colocarles el corazón de blanco escudo que nos palpita invariable en la afición, durante generaciones. Beenhakker fue el entrenador de la Quinta del Buitre, con algo de galán desgarbado, holandés y con buen pelo. Cinco Ligas consecutivas ganamos. Hay un día, en la vida, en que un hombre despierta más débil que sus recuerdos. A mí me ha ocurrido al ver el obituario de Beenhakker, cuyos años de éxito incluyen mi próspera juventud perdida.
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