- Libro Los mil y un asesinatos de la Dalia Negra, Miss America Criminal: "Se convirtió en el juguete intelectual de un montón de detectives aficionados"
- Entrevista Natalia Litvinova, una vida terrible para escribir un libro luminoso: "La poesía era mi salvación, era la música que necesitaba para cantar, me abrió la garganta"
- Nicola Lagioia 107 puñaladas y martillazos que conmovieron a Italia
Si algún día usted coge una caracola de la playa, se la acerca al oído y su susurro le suena a llanto, probablemente sea por las aterradoras historias que Virginia Tangvald comparte sobre su padre en su aclamado primer libro: Los niños de altamar (Lumen). Digamos enseguida, por ir soltando amarras, que la escritora es la sexta hija legítima del llamado Barba Azul de los mares, el mítico aventurero noruego Peter Tangvald, y que su relato no es sino el intento de arrojar luz sobre las tenebrosas sombras que las velas de este célebre marinero proyectaron sobre los suyos.
Muchos nombres irán sucediéndose como las olas en este texto. En ese vaivén el lector podría marearse un poco, así que conviene ir atando algunos cabos antes de zarpar. Peter se casó siete veces y enviudó dos. A Lydia, su quinta mujer, y Ann, la sexta, se las tragó el mar de forma misteriosa. Cayeron una detrás de la otra por la borda y sus cuerpos se hundieron en el abismo, pero en el barco dejaron dos criaturas: Thomas, hijo de Lydia, y Carmen, hija de Ann. Después, Peter embarcó a Florence y tuvieron a Virginia. Los tres hermanos son los niños de altamar del título.
Lo anterior debería servirle a usted de brújula para la compleja relación de parentescos. Pero aún debe saber un poco más sobre este Falcon Crest oceánico antes de salir a mar abierto. Florence, viéndole las orejas al lobo marino, huyó del macabro velero cuando Virginia solo era un bebé de 24 meses. Y aquella decisión las salvó: tres años después, en 1991, el barco donde habían vivido naufragó frente a las Antillas en extrañas circunstancias. Murieron Peter y la pequeña Carmen. Thomas sobrevivió aferrándose a una tabla de surf, pero diez años después también él sucumbió a la llamada de las sirenas y desapareció en el mar sin dejar ni rastro.
"En aquel barco solo sucedieron horrores", le resume a la escritora Karine, una de las testigos a las que entrevista para recomponer su historia. Así recordaban muchos navegantes el Artémis de Pythéas, el velero que Peter Tanvald construyó con sus propias manos con troncos de la jungla. En ese mismo bajel nació Virginia, así que decidimos empezar la entrevista en busca de sus primeros fotogramas...
- ¿Usted conserva algún recuerdo directo del Artémis?
- Me vienen dos flashes. Me acuerdo de mis celos hacia mi hermana Carmen, porque ella era mayor que yo, y de un cesto de plátanos que se bamboleaba en el techo del camarote. Y, a veces, también tengo sueños muy vívidos con el barco en los que llego a distinguir sus colores.
Aquellas imágenes felices acompañaron a Virginia durante sus primeros años en Toronto, la ciudad a la que llegó con su madre. Pero los sueños tornaron en pesadillas para ella al recibir la noticia del naufragio: "Cuando supimos que habían muerto ya había pasado un año desde el accidente. Así que cuando ya eran fantasmas yo había seguido viviendo la ilusión de un reencuentro. Me di cuenta de que la línea entre la vida y la muerte es bastante difusa dentro de mí. Me sentía tan unida a los míos que yo también me sentí entonces como un fantasma".
¿Qué se le pasó por la cabeza a Peter Tangvald, un genio de la navegación según todos, cuando puso la proa hacia la costa? "Algunos lugareños formularon la hipótesis del suicidio", apunta Virginia en el libro. No podían explicárselo de otra manera. Y esa posibilidad, de ser cierta, llevaría dentro de ella el filicidio, pues con él iban dos de sus hijos.
- ¿Qué opina usted?
- Más bien que mi padre era incapaz de tomar decisiones en aquel momento. Me cuesta admitir la idea del suicidio, la verdad: me encaja más algún tipo de negación de la realidad. Que por ejemplo se viera en una situación que para él fuera imposible de resolver, al no poder vender el barco ni separarse de sus hijos. Y entonces, por no tomar decisiones, se dejó ir. Creo que se volvió loco al final de su vida y que hizo algo increíblemente egoísta.
Virginia describe muy bien en el libro su zozobra juvenil tras descubrir que dos de los suyos habían muerto. Había anhelado, ya se ha dicho, el reencuentro. Y esa fantasía, que se le representaba con forma de isla tropical, también quedó hecha trizas cuando el casco del Artémis se despanzurró contra las rocas. De pronto, en aquella postal mental solo le quedaba Thomas. El hermano superviviente andaba por entonces en Puerto Rico y ella decidió ir a su encuentro.
"Thomas vivía de nuevo en un barco y yo creía que cuando volviera a verlo redescubriría mis raíces. Sin embargo, cuando me reuní con él, a los 20 años, descubrí a una persona rota. Y me asusté porque me reconocí a mí misma. Esperaba ver un espejo y vi uno, pero no el que esperaba", recuerda Virginia.
¿Qué más pasó durante el decepcionante reencuentro? Otra tragedia, pero esta vez en tierra y dentro del coche que su hermano conducía alocadamente con ella de copiloto. Se estrellaron y por poco no lo cuentan: "Casi morimos juntos en aquel accidente, como si el destino nos hubiera atrapado y querido muertos. Decidí escapar de mi hermano como mi madre había escapado de mi padre años atrás".
Ella volvió a Canadá empeñada en vivir y Thomas se quedó en su isla empeñado en todo lo contrario. El traumatizado chico -una de sus ideas fue montar una fábrica de ataúdes- seguía los pasos de su padre como quien planta el pie sobre las huellas dejadas por otro caminante en la playa. Imitó a Peter Tangvald incluso en la forma de morir. Su cuerpo, junto con su destartalado navío, desapareció durante una travesía suicida desde la Guayana Francesa a Brasil.
"Su mayor drama no fue el asesinato de su madre o las muertes de su padre y hermana. Lo peor para él fue que no tenía sentimiento de pertenencia a ninguna parte", explica Virginia con ternura. "Creo que, en el fondo, desarrolló una lealtad póstuma hacia nuestro padre. No podía permitirse cuestionar sus decisiones, ni aceptar la idea de que nos había traicionado en nombre de su libertad. Creo que al negarse a verlo perpetuó lo mismo".
Habrán notado que ha salido mencionada espontáneamente la palabra asesinato relacionada con Lydia, la madre de Thomas. La versión de Peter Tangvald -dada por buena con pasotismo por las autoridades- es que la mataron de un escopetazo unos corsarios filipinos, pero Virginia encontró indicios que apuntaban en otra dirección. "¿Ataque pirata o crimen conyugal perfecto?", tituló un diario de Brunei, el país donde se investigaron los hechos.
- Si fue un asesinato, ¿por qué cree que lo cometió su padre?
- No podía aceptar que la gente escapara de él, sentía que todos le pertenecían. Vi una carta que escribió a un amigo, tras la marcha de mi madre, en la que le decía: 'Es más fácil cuando las mujeres se mueren que soportar la idea de que te han abandonado'. O sea, él hubiera preferido que mi madre muriese.
- A usted, France Guillain le contó que Lydia le tenía miedo a su marido. Al parecer, su padre la amedrentó diciéndole que ya había matado a una mujer antes. ¿A quién se refería?
- France Guillain era muy firme en sus creencias, aunque nunca me entregó pruebas para corroborar su testimonio. Pero yo tengo tendencia a creer a la gente y no creo que mienta. De hecho, en un artículo de los años 60 descubrí que una chica había desaparecido en el mar y mi padre fue la última persona que la vio con vida. No creo que France lo supiera, pero confirmaría su historia.
Guillain, la navegante que ha salido a colación, fue a su vez una de las últimas personas en ver con vida a Lydia. Sus barcos atracaron juntos en un puerto de Filipinas y ambas mujeres sintonizaron. Por eso, Lydia le confió un documento que incriminaba a Peter. "Esta carta, de la que Lydia hizo una copia para France, enunciaba abiertamente que si el Artémis llegaba a puerto sin ella, sería porque su marido la había asesinado", recoge la novela.
Ann Ho Chau, su esposa malaya, siguió el mismo camino. La única diferencia es que, en lugar de caer al Índico, la madre de Carmen cayó al Atlántico. Al parecer, el matrimonio no se soportaba, algo que encaja con la tesis del suicidio y la del homicidio: "A veces pienso que tal vez la tiró por la borda porque la odiaba. Fue una boda horrible, arreglada. Él solo quería una criada, nunca la amó. Y ella pegaba a mi hermano. No siento por ella mucha simpatía, pero la compadezco por el calvario que tuvo que pasar".
- Su padre nunca fue juzgado por esas muertes, hay que decirlo, pero el libro alimenta las sospechas. ¿Usted a qué conclusión ha llegado?
- Es difícil de responder. Yo me hago la misma pregunta, pero al final siempre me queda una duda por más indicios que encuentre contra mi padre. A veces, me pregunto si intento probar su culpabilidad o más bien resistirme a la idea. Después de todo lo que he encontrado, creo que hoy le habrían acusado formalmente. No sé si finalmente él asesinó a esas mujeres, pero pienso que, independientemente de si cometió estos actos, sí que las mató de alguna manera, privándolas de su humanidad, haciéndolas arriesgar sus propias vidas en nombre de la libertad a cualquier precio.
- ¿Y qué sintió usted al descubrir todo esto?
- Alivio. Me alivió porque yo siempre intuí que en la historia había elementos que faltaban, que yo me había construido sobre silencios. Y no podemos construir la vida sobre una base sólida cuando tenemos la sensación de que hay secretos.
Peter Tanvald pudo sellar su propio pacto de silencio con las olas para evitar ser descubierto. Pero no pudo ocultar otro tipo de crueldad quizá más terrible. A menudo, convirtió la cabina del barco en una "celda carcelaria" de donde no dejaba salir a los pequeños durante días. Alcatraz estaba dentro del Artémis.
- Justo lo contrario de lo que evoca poéticamente el mar...
- Una vez más tenemos a los niños que pagan el precio de los deseos de libertad del padre. Leí, a propósito de esto, una carta del padre de Lydia en la que le decía a Peter: '¿Vas a encerrar a Thomas en el camarote como a un animal?'. Se lo temía, porque en parte es peligroso navegar en solitario con niños sin meterlos dentro. Creo que, al final, la de la cabina es una bella metáfora porque mi padre se encerró en una ida muy rígida sobre la libertad.
El libro tampoco deja una visión demasiado romántica del nacimiento de los niños en altamar, con Peter Tanvald asistiendo a sus mujeres en los alumbramientos. En una carta recuperada por Virginia, él mismo presume de cómo detuvo con pegamento la hemorragia de la madre de Thomas tras dar a luz...
"Lydia y yo estamos encantados de tener a nuestro bebé solo para nosotros aunque haya habido una complicación, acaso previsible cuando una francesita osa traer al mundo a un corpulento bebé vikingo, y es que ha sufrido un grave desgarro. Por fortuna, todo marinero es un manitas, y con un poco de cola Araldite y un jirón de lona para velas pegado de parte a parte de la herida para mantenerla cerrada ha cicatrizado muy bien".
No tardaremos en llegar a puerto en este reportaje, pero antes haremos escala en dos asuntos de lo más truculentos. ¿Se acuerdan de Karine, la que se refirió a los horrores del Artémis? Pues se libró de una buena. Su historia se entrecruza con la que aquí contamos en Port Grimaud, Francia: marineros que hablan con marineros. Por entonces, Lydia se había quedado embarazada y eso la convirtió en un estorbo para Peter. Y él, ni corto ni perezoso le propuso un trueque de parejas a Yvón, el novio de Karine. La idea no salió adelante, pero iba en serio.
"Sí, es alucinante la historia del intercambio", admite Virginia. "Karine me dijo que ella no se había enterado, pero Yvón fue categórico y le creo. Lo peor es que dos semanas después de la muerte de Lydia mi padre envió una carta de amor a Karine. Eso es otro indicio de que algo malo pudo suceder en aquel barco".
La vida errante de Tangvald en altamar dejó una estala de sufrimiento, pero su ensañamiento con los demás venía de más lejos. Su hermano Odd se voló los sesos y, al parecer, eso tuvo mucho que ver con que Peter se hubiera liado con su mujer, hasta el punto de hacerle dudar de la paternidad de su hijo.
- ¿Fue su tío Odd la primera víctima de Peter?
- En realidad, creo que ya hubo víctimas antes...
- ¿Ah, sí?
- A ver... no lo he contado todo. He quitado cosas que eran demasiado sórdidas, como que obligaba a abortar a novias que casi murieron en operaciones practicadas por él mismo. Son cosas muy violentas.
- ¿Y, volviendo a Odd, qué cree que pasó entre su padre y él?
- Mi tío fue un héroe de la resistencia contra los nazis, lo hicieron prisionero y lo torturaron. Cuando volvió, con unos dolores terribles, su enfermera fue Virginia y se casó con ella. Mi padre estuvo mientras tanto en una especie de internado para ricos en Suiza, a salvo de todo. Y claro, probablemente por celos hacia su hermano pequeño, decidió castigarlo quitándole la mujer. Ella era extraordinaria, me pregunto si yo llevo su nombre.
La entrevista, aunque usted la lea publicada ahora, tuvo lugar el 19 de marzo: el día del padre. Se lo mencionamos a Virginia para preguntarle cómo son sus sentimientos hacia el suyo. Y ella, recoge el guante para finalizar la entrevista igual que lo hace en el libro:
"Hay cosas que no van a cambiar: la noción de nostalgia, de falta constante. En cierto modo, creo que me siento ahora algo más próxima a él, incluso enfrentándome a todo lo horrible que hizo. Ya no es un héroe, solo es un hombre, pero eso me lo acerca de algún modo. En el libro, cuando termino y digo, 'Adiós, papá', es la primera y última vez en mi vida que digo esa palabra: papá. Tengo un vínculo indeleble ahí".
Su respuesta es la demostración de que el espíritu de Virginia sobrevivió. Dejémoslo nosotros ahí, en el puertecito imaginario donde una hija se reencuentra con su padre a pesar de todo y aunque solo sea para darse un último adiós. Esa imagen sabe a brisa marina y espuma de mar.